El tiempo vacía de contenido las cosas , las erosiona hasta domarlas . Hace unos años entré en la estación de Francia de Barcelona y lo que en otro tiempo era un fabuloso espacio de una actividad frenética con máquinas de ferrocarril de carbón , con pasajeros partiendo o llegando , era , aquella tarde una triste estación de provincias para trenes de cercanías .
Hace un montón de años , mis padres cargados de nostalgia y de maletas , tomábamos un tren nocturno que se adentraba en España en una noche cerrada de invierno . Después de un montón de horas , bajábamos en mitad de la noche en la estación vacía de Calatayud , dormitábamos en la sala de espera , inaugurábamos el bar-cafetería y con el amanecer subíamos al tren que remontando el curso del río Jiloca enlazaba Calatayud con Teruel . Mi madre siempre contaría los interminables convoyes de soldados que durante la guerra seguían aquella línea camino del frente de Teruel .
Era un tren de madera , ruidoso , como los de las películas del oeste , con esas plataformas al aire libre desde donde poder ver los travesaños pasando rápido bajo tus pies .
Nos apeábamos en Monreal del Campo , pueblo desde donde tomaríamos un autobús de morro largo , olor a gasolina y escalera en la parte de atrás para subir maletas y bultos a la parte superior , nuestro final de viaje era Ojos Negros , el pueblo donde vivían la madre y hermanos de mi padre . Un pueblo donde había que volver a pesar de lo que allí había sucedido .
En plena guerra civil el alcalde había disparado su escopeta contra mi abuelo , que era el secretario . Un disparo en las escaleras del ayuntamiento , una brutal descarga de perdigones y odio . Siempre me contaron que el juicio fue amañado con testigos falsos , incluido el cura , que insinuaron la tendencia comunista de mi padre y su hermano Benjamín y que dejaría impune aquel crimen .
A pesar de odiar aquel pueblo había que volver , pues allí vivía la madre , una anciana consumida .
Pero vuelvo al autobús , el que hacía el trayecto entre Monreal del Campo y Ojos Negros , pueblo minero que enlazaba con Sagunto y el Mediterráneo con una línea estrecha de ferrocarril para el transporte del mineral . El autobús renqueante ascendía desde la depresión del río Jiloca hasta el pueblo minero . De pronto , a mitad del camino la Guardia Civil paró el autobús , se abrieron las puertas y subieron la pareja , fusiles amenazantes con los capotes rozando las caras al pasar , silencio .
En aquellos años todavía había controles de carretera pues había partidas de maquis que como perros salvajes sobrevivían por aquellos montes , esperando ser abatidos cualquier día en aquella caza del hombre .
Volvimos otros años , en verano , por aquel pueblo que vivía de la flor del azafrán de las minas y del cereal , incluso parecía que las heridas se habían curado , hicimos paellas en el corral , comimos perdices en escabeche y conejo de monte , pero nunca más volvimos por Navidad .
Hace un montón de años , mis padres cargados de nostalgia y de maletas , tomábamos un tren nocturno que se adentraba en España en una noche cerrada de invierno . Después de un montón de horas , bajábamos en mitad de la noche en la estación vacía de Calatayud , dormitábamos en la sala de espera , inaugurábamos el bar-cafetería y con el amanecer subíamos al tren que remontando el curso del río Jiloca enlazaba Calatayud con Teruel . Mi madre siempre contaría los interminables convoyes de soldados que durante la guerra seguían aquella línea camino del frente de Teruel .
Era un tren de madera , ruidoso , como los de las películas del oeste , con esas plataformas al aire libre desde donde poder ver los travesaños pasando rápido bajo tus pies .
Nos apeábamos en Monreal del Campo , pueblo desde donde tomaríamos un autobús de morro largo , olor a gasolina y escalera en la parte de atrás para subir maletas y bultos a la parte superior , nuestro final de viaje era Ojos Negros , el pueblo donde vivían la madre y hermanos de mi padre . Un pueblo donde había que volver a pesar de lo que allí había sucedido .
En plena guerra civil el alcalde había disparado su escopeta contra mi abuelo , que era el secretario . Un disparo en las escaleras del ayuntamiento , una brutal descarga de perdigones y odio . Siempre me contaron que el juicio fue amañado con testigos falsos , incluido el cura , que insinuaron la tendencia comunista de mi padre y su hermano Benjamín y que dejaría impune aquel crimen .
A pesar de odiar aquel pueblo había que volver , pues allí vivía la madre , una anciana consumida .
Pero vuelvo al autobús , el que hacía el trayecto entre Monreal del Campo y Ojos Negros , pueblo minero que enlazaba con Sagunto y el Mediterráneo con una línea estrecha de ferrocarril para el transporte del mineral . El autobús renqueante ascendía desde la depresión del río Jiloca hasta el pueblo minero . De pronto , a mitad del camino la Guardia Civil paró el autobús , se abrieron las puertas y subieron la pareja , fusiles amenazantes con los capotes rozando las caras al pasar , silencio .
En aquellos años todavía había controles de carretera pues había partidas de maquis que como perros salvajes sobrevivían por aquellos montes , esperando ser abatidos cualquier día en aquella caza del hombre .
Volvimos otros años , en verano , por aquel pueblo que vivía de la flor del azafrán de las minas y del cereal , incluso parecía que las heridas se habían curado , hicimos paellas en el corral , comimos perdices en escabeche y conejo de monte , pero nunca más volvimos por Navidad .